Fin de temporada. Las casas sólo son casas y no son importantes por eso, sino por quienes viven –y lo que se vive- en ellas.
Manuel Arellano cierra por vacaciones y por obligaciones. Se cierra la puerta de la casa de las ensaladas, la de los secadores nocturnos, del sofá a medio salón, la casa de las siestas, los crepes y los Donettes.
Nos despedimos de la casa donde nos hemos reído del mundo, donde nos hemos sentido tan fuertes que se han asustado las paredes. La casa donde dejamos las cenizas de aquella quema maltrecha, la casa de las resurrecciones.
La de las cenas con amigos, la que se convirtió en Hotel Triana en feria, la de “aquí no se fuma”, la casa de las hermanas de la tele, la de la bici roja, la “estarte ahí que yo voy”.
Nuestra casa ya no es nuestra, pero estamos nosotras.
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