Lo hacía tan bien que convertía los pasillos en metáforas. Maribel leía en voz alta casi cada mañana. Antes de hacerlo levantaba las persianas y a la clase entera se nos veteaba el corazón de sol y de literatura.
Y entonces pasaba que Melibea, o la tal desheredada entraban por aquellas puertas verdes y hablaban. Cuando no, venía un preso político desde Orihuela y nos traía nanas de la cebolla.
Y al tiempo, venía a mi misma mesa a apoyarse cansado, el marido de una mujer moribunda y por la ventana le cantaba a un olmo viejo hendido por el rayo, buscando esperanza.
Y todo lo traía ella. Ella sola. Levantaba con aquellos ojos y aquellas voces el telón y empezaba la función.
Todo lo que fui y lo que soy cuando escribo nació en una clase suya.
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