Ser libre es mucho más que no estar en la cárcel y mucho más que estar soltero. Hace demasiado tiempo me condené yo misma a algo mucho peor: al miedo.
El miedo es esa causa que no se acaba nunca, esa cadena perpetua que arrastramos en demasiadas ocasiones, toda la vida.
Yo convivo con dos miedos que condicionan mi vida: subir y bajar escaleras y conducir en carretera. Nada ni nadie condicionó nunca tanto mi libertad como lo hice yo misma.
El miedo es así. Tú te lo guisas, tú te lo comes. Y si te lo propones, puedes incluso hasta acumular miedos, uno y otro...y otro.
Hasta que te pilla una mañana malamente y le das una patada a tus sentencias. Cierras -digo abres- los ojos y te pasas toda la tarde subiendo y bajando escaleras.
Y en cuanto se te pone a tiro, coges el coche, buscas esa música y a tu cuñada, y tiras pa Cádiz tú solita, porque sigues pensando que nadie te puede tocar.
Aún así, sigues cumpliendo otra condena. La del respeto. La de subir y bajar despacio, la de conducir con cuidado.
(Prometo una foto que tengo yo para esta entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario